El mal aliento, los palillos y los beduinos




El Rincón de Zalacaín
Jesús Manuel Hernández




"Vestirse bien reduce al enemigo y perfumarse atenúa la tensión mental y las preocupaciones"



El uso del palillo seguramente prohibido por los dentistas y especialistas en la boca, ha constituido a lo largo de la vida y del placer de la mesa un hábito no siempre mal visto, pues limpiar los dientes de los residuos de comida no era su única función; ayudar a eliminar el mal aliento, dejar un "buen sabor de boca" había sido también el uso de esa pieza de madera llamada "palillo o escarbadientes".



Algunos historiadores adjudican su nacimiento en relación a los "palillos chinos" y otros en Mesopotamia donde se han encontrado restos de utensilios empleados para limpiar la dentadura; el "hombre de Atapuerca" caníbal de hace 800 mil años usaba palillos; en Grecia se habla de una leyenda negra sobre el palillo empleado como conductor de un veneno administrado a Agatocles unos 300 años antes de Cristo.



Los romanos los hacían de plata y en la Edad Media constituyeron incluso un objeto de lujo para la realeza. Las primeras navajas suizas incorporaron como una de sus herramientas el palillo; a Zalacaín le vinieron a la memoria los palillos de madera coloreados con esencia aromática de menta, canela, limón, anís o naranja y cuya presentación en pequeños sobres con la marca "Gloria" era todo un fenómeno cuando no había pastillas saborizantes para limpiar el aliento como las del doctor Manuel Juanola a la fecha recomendadas para quienes no pueden mantener un buen aliento.



La reflexión le vino al aventurero por la llegada a sus habitaciones de un conjunto de pasta de dientes, cepillos, enjuagues e hilo dental recomendados por el dentista para mantener en buen estado la boca, uno de los órganos más importantes de su persona, pues por ella entraban todos los alimentos y el placer del paladar.



Y entonces recordó la influencia musulmana en los hábitos de mantener la higiene y buen aliento, costumbre no practicada por los europeos sino hasta muchos siglos después de haberse asentado esa cultura entre los ibéricos. Incluso hoy día en algunos países del mundo árabe es posible encontrar las ramas de árbol "arak" también llamado "Salvadora Pérsica" empleada primero como un artículo religioso, pues purifica la boca en el momento de las abluciones del cuerpo antes de entrar a la mezquita.



Le llamaban "miswak" o "siwak" a ese palito un tanto duro y cuya punta se observaba como un cepillo redondo, el abuelo de un amigo muy cercano traía consigo los cepillos naturales metidos en una bolsa, los usaba antes y después de comer, de rezar, al levantarse y acostarse, cuando se secaban los remojaba en agua de rosas. Una de las más increíbles experiencias del aventurero había sido al lado de aquél hijo de beduinos llegado a Puebla muy joven hablaba árabe y francés y había aprendido con enorme facilidad el español.



Tenía un protocolo muy severo respecto de la higiene y sus ropas, siempre proyectaba una imagen de tranquilidad y respeto y no se cansaba en citar frases de la filosofía árabe; algunas veces leía en voz alta los dichos de "El Veráz", el imán Ya'far as-Sadiq, del siglo I musulmán y VII de la Era cristiana quien, decía él, había escrito el "Libro de la Vestimenta" y donde se afirmaba "Vestirse bien reduce al enemigo y perfumarse atenúa la tensión mental y las preocupaciones"; preparaba sus perfumes con la bolsa glandular del almizcle y ámbar gris, de las vísceras del cachalote, agregaba la resina del aloe indio, lubban del árbol del incienso y sándalo. Dejaba reposar la mezcla al sereno de la noche y luego la rebajaba con agua de rosas o de otras flores.



El abuelo de su amigo les contaba sobre la importancia del aliento al momento de rezar, pues se unía la palabra con Alá o al visitar a la mujer amada. Los beduinos, decía, usaban el siwak empapado en sándalo, o en la cocción de la corteza del nogal mezclada con la resina del enebro, clavo, cilantro, machacados. También se hacían pastillas purificadoras con nuez, madera de naranjo, cilantro y jarabe de cáscara de toronja.



A las mejores les llamaba el anciano "sukk" y las elaboraban con nuez de agalla -una especie de protuberancia del roble en defensa de la infección provocada por un insecto-, uva pasa, almizcle, mirobálano -especie de avellana- aceite de oliva, flores de alelí y jugo de dátiles, se rebajaba con agua de manzanas. Toda esta mezcla era la base para preparar la famosa "Juncia" con cortezas de cidra, nardos, clavo, nuez moscada, canela, hinojo, cardamomo y agáloco también empleado en los sahumerios.



En épocas de Verano estas mezclas las usaba el anciano para evitar los malos olores derivados del sudor.



Un día el anciano convocó a la familia, Zalacaín incluido y les anunció su partida, quería morir entre los suyos con sus costumbres y para ello, había preparado una comida muy especial: cuscus de cordero con "harissa" una salsa hecha de guindilla, ajo, tomate y aceite de oliva, complemento del cordero preparado al horno y acompañado de la sémola de cebada, ensaladas de jitomate, cebolla, pepino, ajos y otro cordero picante con judías blancas, llamado "Mirmiz". Ahí probó Zalacaín por vez primera en su vida el "Jobz el Mella" el pan árabe cocido bajo la arena del desierto en un improvisado horno del jardín de la familia hasta donde había llegado arena muy fina. A diferencia de los occidentales el anciano no dispuso la comida en una mesa alta, sino baja con charolas llenas de los alimentos, todos sentados en rededor, sin cubiertos, sólo con el pan, prácticamente comieron con los dedos.



Al final rezó en árabe algo nunca traducido a la familia y a cada uno le regaló una varita de "siwak" para limpiar los dientes, el aventurero la usó en repetidas ocasiones, remojándola en agua de pétalos de rosas, pero un mal día cayó a la basura, pero el recuerdo le ha perdurado siempre.



No volvió a saber de la familia beduina radicada en Puebla, pero muchas de sus costumbres le grabaron para siempre el protocolo de la higiene.



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