Morir para dar vida: la lamprea (Primera Parte)


El rincón de Zalacaín










Madrid, España. Una colección de viejas grabaciones, coplas, pasodobles y cantes gitanos había sido prestada a Zalacaín, el aventurero quería recordar a la maravillosa voz de Gracia de Triana, María de Gracia Jiménez Zayas, sevillana, llamada también “La Calientito”, a quien había visto hacía algunas décadas en una Verbena Andaluza al lado del poeta granadino Manolo Benítez Carrasco. Poseedora de una prodigiosa garganta, Gracia hacía presentaciones al lado de Pastora Quintero y llevó al éxito algunas de la composiciones de Currito y Monreal como esas Bulerías de “Viva Triana”, casi inaudible en el disco de 78 revoluciones prestado por el experto, apenas se oía: “Nací llorando según mi mare, al mundo llegué cantando por soleares, me llevaron a la pila de la Iglesia de la O...” 






Gracia de Triana se quedó sola y sin dinero, regenteaba una casa y criaba y vendía perros en la calle de La Luna en Madrid, varios días tardaron en encontrar el cadáver, al entrar la Guardia Civil descubrieron el cuerpo semi devorado por los perros un 13 de enero de 1989, los restos de quien fuera una artista de relieve en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, terminaron en una fosa común. 





Algunas canciones pertenecían a la presentación en el Teatro Calderón en 1955 donde se montó el espectáculo “La guitarra y la copla”. Zalacaín había pasado una mañana rodeado de nostalgias y coplas de Gordillo, Perelló, Callejón, Monreal y Freyre. “Mare yo tengo un novio aceitunero... cuando me ve me dice ‘voy a morir por ti’”... 





Se dispuso a tomar el autobús para dirigirse a Castellana y de ahí caminaría hasta la calle Reina Mercedes, donde esta Combarro, una marisquería gallega, excelente por sus productos, frescos y de atinada elaboración. Había conocido a Manuel Domínguez Limeres, fundador del grupo gracias al vino albariño Valdamor, principios de los 90. Combarro anunciaba sus jornadas del Cocido de Lalín, un popular municipio de Pontevedra. El verdadero interés del grupo de amigos en comer ahí: ser de los primeros en degustar las recién llegadas Lampreas del río Miño, ese extraño pez fósil, resbaladizo, sin mandíbula, espina dorsal, branquias ni cerebro, pero si siete agujeros en los lados por donde respira y una boca con 125 afilados dientes con los cuales se adhiere a su víctima como una ventosa y gracias a su saliva con un anestésico duerme la parte mordida del pez y chupa la sangre de la víctima, se le conoce coloquialmente como “el vampiro marino”. Algún marinero inglés había probado la capacidad de succión de la lamprea frente a Zalacaín, hacía muchos años, metió el brazo en la pecera, uno de los animales le puso la boca en el enorme antebrazo, y se quedó quieto, pasados unos segundos el marinero jaló por la cola a la lamprea y todos vieron la marca donde manaba sangre, el inglés aseguró no haber sentido la mordida. 





La lamprea es antiquísima, convivió con los dinosaurios, se han encontrado sus fósiles en la zona de los lagos de Chengjiang en China y otros sitios en América y alcanzan la edad de 475 millones de años, en ese tiempo ha sido poseedora de infinidad de leyendas. La tradición española dicta comerla a partir de mediados de enero y hasta finales de abril cuando puede pescarse en los ríos Miño y Ulla, en Galicia donde nacen y vienen a morir. 





La vida de la lamprea es toda una aventura, como la del mismísimo Zalacaín, pensó a bordo del autobús de la línea 27; se bajó en la parada del Santiago Bernabeu y caminó hasta Reina Mercedes. 





Aristóteles y Cayo Plinio Segundo “El Viejo”, habían dado sobrada cuenta de la lamprea, el último incluso narró en su Naturalis Historia, libro IX: “En la Galia septentrional todas las murenas tienen en el lado derecho de la mandíbula siete manchas doradas dispuestas como las siete estrellas de la Osa Mayor. Brillan mientras el pez vive y se extinguen cuando muere”. Aún había dicho más Plinio El Viejo cuando describe el gusto de Cayo Julio César quien “se hizo regalar hasta seis mil ejemplares de lamprea de las piscinas que poseía el hacendado Hirrius para los festines que dio para celebrar sus victorias”. 





Bocaccio la menciona en el Decamerón; Sigmund Freud observó sus partes en un microscopio. Y en Galicia la lamprea ha gozado de mucha literatura, desde los escritos de Manuel María Puga y Parga hasta Álvaro Cunqueiro. Incluso hay cofradías y hermandades, sonetos, música y fiestas dedicadas al vampiro del los ríos. Por desgracia en las peceras sólo había bogavantes y centollas vivas, las lampreas estaban sobre hielo a un lado, aún así resultaba interesante observar a estos peces de color negro tenía relación con su nombre. Zalacaín explicó al grupo: 





Los griegos tuvieron en la antigüedad siete sabios, también siete eruditos de cocina, entre ellos Lampria el inventor de la “salsa negra” a base de sangre del animal y conocida después como “lampetra” de donde, se presume, habrían tomado los romanos el nombre para llamar al pez “lamprea”. 





La vida de la lamprea, dijo Zalacaín, es la de un viajero, nace y muere en el mismo sitio. La pareja construye con sus bocas un pozuelo de piedras, en el nacimiento del río, el macho une su boca a la de la hembra y se le enreda, empieza así el acto de reproducción, hay una total entrega, sus cuerpos se retuercen sin soltarse de la boca. La hembra pone unos 200 mil huevecillos y el macho los fertiliza, terminan exhaustos y mueren, sus cuerpos flotan en los ríos y los osos los atrapan para comerlos. Una entrega total, reafirmó el aventurero, morir para dar vida. Los alevines viven escondidos entre las rocas y las arenas, ciegos, así pasan entre 5 y 6 años, cuando llegan a medir unos 20 centímetros, se transforman y nadan río abajo, se alimentan primero de plankton y recorren miles de kilómetros unidos a los cuerpos de los grandes peces como tiburones, bacalaos, rapes, robalos, cachalotes y llegan hasta el mar de los Sargazos, bautizado así por Cristóbal Colón, esa porción no muy profunda donde se da una especie de bosque marino de algas, y donde la salinidad del agua, la temperatura y el viento son diferentes, es una especie de “calma chicha” dicen los marineros sobre la zona en el Atlántico donde circula la leyenda de barcos desaparecidos y la existencia del continente perdido. Ahí permanece hasta la madurez y regresa al sitio donde nació, pegada a los peces mayores, al llegar al río se une a los salmones salvajes, viajando río arriba. 





La mesa estaba lista, el menú decidido. (Próxima entrega, las recetas y costumbres de la lamprea) 




Clima:

Entradas populares

Contacto:

d13noticias@gmail.com

Vistas a la página totales