De Xícamas, "Antes" y trucos para atrapar mujeres guapas




El Rincón de Zalacaín

Jesús Manuel Hernández


Para los españoles debió ser extraño ver a los habitantes de mesoamérica pelar esa especie de camote, raíz al fin, de un arbusto trepador llamado "Xicama" o "Xicamatl". Pero alguna vez, por curiosidad o deseo uno debió morderla y encontró en ella aceptación y frescura abundante por constituir una buena parte de su composición el agua.






A Francisco Hernández de Toledo médico de la Corte de Felipe II de España le fue encomendada la misión de estudiar las plantas medicinales del Nuevo Mundo, redactó 16 volúmenes con ilustraciones de pintores indígenas, se llamó " Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales de uso medicinal en la Nueva España" en su traducción al español, faena realizada por Francisco Ximénez, fraile y enfermero del convento de Santo Domingo de la ciudad de México quien los publicó en 1615.





Hernández de Toledo la describe así: "La que llaman Xicama, es una hierba que los Mexicanos llaman, catzotl, o raíz que mana zumo, la que tiene la raíz gruesa, y por la mayor parte de figura redonda, blanca y de agradable comida y de temperatura, grandemente refrigerante, de la cual salen unos ramos delgados, redondos, largos y esparcidos por la tierra de cada uno de los cuales nacen las hojas por intervalos de tres en tres... Usánse solamente las raíces las cuales sirven de fruta, de postre en la mesa, aunque engendra algo de ventosidad , dan agradable y fresco mantenimiento y más a los que tienen demasiado calor... mitigan estas mismas raíces la sed, quitan el calor y sequedad de la lengua, dan como mantenimiento a los que padecen calenturas, resfrían y humedecen el cuerpo y le mantienen bastantemente según he oído decir, llévanse a España hechas en conserva con azúcar o envueltas en arena, cruda y llegan allá sin genero de daño ni corrupción".





Las líneas las había leído el aventurero de uno de los textos divulgados ya con una traducción entendible al español moderno.





Todo eso se encontraba frente a Zalacaín a sus pies en el puesto de una marchanta en el mercado de La Acocota, en pleno barrio de La Luz en su natal ciudad. La aparición de las jícamas estaba siempre acompañada de las mandarinas y las cañas de azúcar, todas ellas frutas usadas en las próximas ofrendas a los muertos de las festividades católicas y paganas de "Todos Santos".





La Acocota ha sido un espacio dedicado a la compra y venta de víveres desde hace un buen tiempo. Mucho se ha versado sobre el origen del nombre. El historiador Hugo Leicht le dedica un espacio al hablar de la avenida 4 oriente entre la 14 y la 20 Norte, hace referencia a la presencia en el padrón del barrio de Analco en 1773 de dos cuadras con el nombre "del Cocote" donde vivía la señora "Felipa la Cocota" apodo relacionado con "comilona" o sea de buen apetito. Según Leicht la palabra se deformó en el siglo XVIII y se tornó en "La Acocota" en lugar de La Cocota. La zona, todos los poblanos de antes lo saben, fue famosa por la calidad de las cemitas producidas en los hornos del barrio.





Zalacaín había acudido al mercado para conseguir algunos dulces de azúcar, alfeñiques, propios también de la temporada para adornar la ofrenda casera. Las calaveras de azúcar con nombres propios, las frutas y verduras también elaboradas de dulce, empezaron a ser desplazadas de la tradición poblana por las calabazas de halloween, las calacas y los sombreros de brujas; el aventurero prefería conservar esa tradición heredada prácticamente desde la fusión de las culturas mesoamericana y española.





Pero la marchanta de las jícamas le distrajo mucho en su misión de esa mañana y le llevó a recordar aquellos dulces de platón elaboradas en su casa, los "Antes", alguno de ellos con zanahoria y jícama, prácticamente en desuso.





Los "Antes" fueron famosos en el pasado, había una larga lista de recetas de estas pastas elaboradas con almíbar sobre camas de mamón de bizcocho con distinto adornos, lo más parecido a un pastel moderno. Lo mismo se hacían de mamey con agua de azahar o vino, de huevos batidos, pasas, durazno, piña, camote con piña, almendras y piñones, betabel y plátano, pepita, naranja, manzanas con leche, nueces y avellanas y un sinnúmero de ingredientes, incluso de garbanzos.





El Cocinero Mexicano en sus primeras ediciones del siglo XIX señalaba incluso: "para solo indicar la diversidad de pastas que se pueden hacer con el almíbar y que las personas inteligentes varían de tantos modos, sería necesaria una obra de muchos tomos, tan cansada como inútil, puesto que cualquiera podrá confeccionar un numero de platos de esta clase que sería superior al de los días que pueda vivir el gastrónomo que goce de la mejor salud y de la más completa robustez".





El de jícama con zanahoria lo acostumbraban en su casa. Le quitaban los corazones a la zanahoria, se rallaban en partes iguales las jícamas, todo en almíbar de medio punto.





Con el paso de los años, el mismo procedimiento se puso de moda en los restaurantes locales, colocar en el centro de la mesa un recipiente con zanahorias y jícamas cortadas en "palitos", algunas veces con sal y limón o con alguna pasta de crema con chile.





Pero sin duda los tiempos más populares de comer jícama en su infancia fueron las posadas llamadas cacahuateras, pues las piñatas además de la colación y las monedas de chocolate forradas de papel dorado, eran ricas en naranjas, cañas y jícamas.





Y por supuesto las rebanadas de jícama o cortadas en cubos para agregarse a la Ensalada de Nochebuena, lechugas, cacahuates tostados, betabel, rodajas de naranja y la jícama.





Decía una adivinanza de la infancia:





"Una vieja tan, tan gorda, 


con la cara desteñida, 


como tiene un solo pelo 


se entierra, tan afligida". 


La jícama 











Y el refranero mexicano también daba cuenta de la raíz consumida en como fruta originaria de mesoamérica, "quien come jícama, merece jáquima" en referencia a comparar con un animal a quien gustara de la jícama, tal vez por la mala fama de los efectos secundarios, como las flatulencias.





¡Y cómo olvidar las jícamas rebanadas, con chile piquín en polvo y limón a las afueras del colegio donde la "Firus" llenaba el paladar y el hambre de los escolares!





Todo iba bien en el mercado de La Acocota en las compras de aquella mañana, cuando de pronto Zalacaín dio vuelta en uno de los corredores más cercanos a la 20 norte donde se topó con el pasillo de las herbolarias, los establecimientos habían cambiado, de las hierbas secas y raíces curativas se había pasado las últimas décadas a la venta de jabones, velas de colores con esencia para quitar el mal de ojo o provocar el amor o el alejamiento de la gente.





Una pareja curioseaba y preguntaba sobre los efectos de las lociones, jabones y amuletos cuando Zalacaín descubrió en una presentación moderna los famosos y auténticos "polvos amanza guapas" (así con z), con amplia demanda en los pueblos en tiempos, pesó Zalacaín, ya idos.





Pues no, los polvos no se han ido, siguen teniendo demanda y se consideran mágicos para los hombres no agraciados físicamente y quienes con su efecto pueden atraer a las mujeres guapas.





No resistió la tentación de pedir un sobre. La anciana dependienta le dijo a Zalacaín "estos son del color original, no son imitación, y son buenísimos en las primeras aplicaciones".





La señora le explicó al aventurero cómo emplear los polvos. Debía asearse con agua y jabón el cuerpo totalmente al caer la tarde los días jueves y domingo y después de secado aplicar los polvos al momento de rezar la siguiente oración: "Para atraer la luz del espíritu y el poder dominador a las mujeres. ¡Oh señor Jesús que con el peso de tu cruz redimiste a los mortales, dame tu luz para enseñarles y para tranquilizarlas o bien para dominarlas si están colocadas durante mi peregrinación en este mundo como cumplimiento de mi prueba, hágase tu voluntad!





Así de simple y complejo a la vez, el rezo evocaba las frases decimonónicas de sumisión y misoginia reinante en la sociedad mexicana y de otros países seguramente, condenable en todos los tiempos.





Pero la experiencia de haber encontrado en el mercado toda esa riqueza vernácula intangible de las tradiciones y creencias populares, los dulces de azúcar, las calaveras para las ofrendas, las cañas, las jícamas, los incensarios, copal, petates, las frutas para elaborar los dulces en conserva, tejocotes y guayabas, le devolvieron el ánimo al aventurero.





Todos Santos, ofrendas, olores, comida, finalmente comida.





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