Los huesitos del Capulín







El Rincón de Zalacaín

Jesús Manuel Hernández

Han pasado muchos años desde que las familias poblanas acostumbraban los días de campo, la visita a alguna población cercana para hacer "el mandado", la compra de productos regionales. Uno de los sitios privilegiados era Zacatlán, conocida por sus manzanas, pero más ampliamente por la cantidad de árboles frutales propios de la zona y de donde, además de las frutas, se obtienen los llamados "vinos de Zacatlán".





Uno en especial es resultado de la aportación de hacer destilados o mezclas de jugos de frutas con aguardiente de caña, el de Capulín, cuya fama se remonta a la llegada de los españoles, pues este arbusto, de unos 12 metros de alto es autóctono de tierras mesoamericanas y fue descubierto por los conquistadores quienes apreciaron su fruto, negro o rojizo, lo más parecido a las picotas y cerezas ibéricas.






La pulpa del también llamado "Capollín" es dulce y sus semillas, o huesos, constituyen una de las más ancestrales tradiciones de golosinas saladas de México.





Francisco Hernández, el especialista enviado por Felipe II a mediados del siglo XVI a la Nueva España para reunir información sobre alimentación, medicina y costumbres de los aborígenes, otorga un lugar especial al Capulín.





En 1577 escribió refiriéndose a este árbol: "el cocimiento de su corteza, puesto al sol por 15 días y bebido en cantidades de varias onzas, cura las cámaras de sangre; el polvo de la misma deshace las nubes de los ojos, clarifica la vista y cura las inflamaciones, ablanda y humedece la lengua cuando por causa de mucho y vehemente calor está seca, lo cual hace también el zumo o licor de los pimpollos y tallos tiernos".





Francisco Hernández, nacido en la Puebla de Montalbán, Toledo, en España, no describió el empleo de los "huesitos", destinados según parece a cubrir un espacio en la demanda de la golosina salada de los mexicanos.










La pulpa del capulín fue también usada como colorante para teñir, daba un tono morado muy apreciado entre las tribus prehispánicas.





Zalacaín observaba a la marchanta con su vestimenta serrana rodeada de canastas y un puesto improvisado a las puertas de una empresa en el Centro Histórico de Puebla. Sobre una tabla estaban las bolsas con los frutos secos, pistaches, nueces, algunas garapiñadas y en medio de todo los "huesitos" de capulín cuyo sabor salado es tan apreciado entre algunas clases sociales. Por desgracia este tipo de puestos ambulantes y callejeros está en extinción.





¿Cómo evitar la compra de los "huesitos" a la salida de las escuelas? Los chamacos llevaban un "quinto", a lo sumo 10 centavos, eso alcanzaba para varias "medidas" del hueso del Capulín.





La pulpa y la cáscara del capulín se aprovechan para mermeladas, conservas, se mezcla con chiles, o se emplea como base del vino o para preparar los tamales conocidos como Capultamalli.





Pero a Zalacaín le daban en su casa el jarabe casero, traído de Zacatlán, y ampliamente recomendado para curar la tos. El sabor generaba algo de adicción, según recordaba el aventurero.





No se sabe exactamente cómo surgió el consumo de los "huesitos", las semillas de los frutos del capulín. Entre las costumbres alimenticias de los pueblos mesoamericanos se distinguía y valoraba masticar semillas y tal vez, por su tamaño, no se tenía mucho cuidado en darlas a los niños, pues un huesito de capulín, si se traga, no obstruye el tracto digestivo.





Las familias de antes advertían si embargo sobre la peligrosidad de comer capulines, la dureza de la semilla había sido la culpable de dientes, colmillos y muelas despostilladas o rotas, además alguna variedad de los arbustos tenía cierta toxicidad, de donde seguramente se aconsejaba tostarlas en un comal.





Una vez desprendida la pulpa del pequeño fruto, los huesos se lavan y tallan y una vez secos se revuelven con ceniza y se dejan secar totalmente al sol para conseguir abrirlos, luego se tuestan en un comal y se rocían con agua con sal. Se trata de una golosina totalmente casera donde intervienen sólo ingredientes naturales, sanos por lo tanto.





Antes de la llegada de las golosinas fabricadas con colorantes y sin contenido nutricionales, los poblanos comían los "huesitos" a lo largo del día, ayudaban a salivar y junto con los cacahuates tostados o hervidos, y las palanquetas de pepita o de amaranto, las Alegrías, eran parte la tradición familiar fomentada desde las casas de los abuelos y un acompañantes inseparables de las visitas a la Lucha Libre en el edificio de San Pedro, a la salida de los juzgados, en los atrios de las iglesias y en las ferias populares y religiosas eran infaltable las "semillas" así se llamaba al conjunto de esas golosinas saladas.





Hace algunas décadas los huesitos y las "pepitas" de calabaza, tostadas también, eran la "botana" de las cantinas y los bares de la ciudad, al ser salados, constituían una herramienta formidable para provocar la sed y por tanto aumentar el consumo de las bebidas embriagantes.





Zalacaín pidió a la marchanta unos "huesitos" y peguntó su origen, en un español no muy claro la señora alcanzó a decir, "son de mi pueblo, antes eran de Huejotzingo, pero ya no hay capulín".





Diez pesos por dos medidas y un pilón le dieron al aventurero; las medidas de hoy día con los botes vacíos de rajas o de chiles en vinagre, como antes lo fueron las escudillas o los jarritos o vasos de veladora, la tradición se va acomodando a la modernidad.





Los "huesitos" no eran sólo comestibles, también desempeñaron el papel de "fichas" para los juegos de mesa, sustituían los centavos en el dominó o el Conquián, ese juego de baraja española en desuso, o juntos con granos de frijol o habas secas los juegos de Serpientes y Escaleras o La Oca.





Vaya recuerdos de una tradición en extinción unida a la desaparición del cultivo de uno de los árboles autóctonos del país, el Capulín. sobre todo de Zacatlán, Puebla donde ha sido desplazado por el Blueberry.
















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