Cidra: Fruto Prohibido o Mano de Buda






El Rincón de Zalacaín
Jesús Manuel Hernández



"Un Gin-Tonic te da una lucidez bárbara"

Ana María Matute



Madrid, España.- Vaya sorpresa se llevó la germana amiga del aventurero cuando de una bolsa el camarero sacó un fruto de intenso color amarillo canario con una forma muy extraña, como si del centro salieran varios dedos intentando juntarse para formar un todo y atrapar en su interior a la presa. Unos 20 centímetros mediría aquella fenomenal Cidra.





La primera expresión de su germana acompañante fue comparar el fruto con las barbas del dios extraterrestre Cthulhu, emanado de las páginas de Howard Phillips Lovecraft en su mitología de terror.






Y sí, a juzgar por el tamaño de aquella especie de la familia de la "Citrus Medica", los también llamados "Dedos de Buda" podrían ser las barbas del mismísimo personaje de Lovecraft o de Davy Jones quien atrapa a los marineros en el fondo del mar en la leyenda del "Cofre de Davy Jones". Salvo por el color y ser comestibles, el parecido era notable.









El barman procedió a cortar delgadas láminas de la cáscara del fruto de moda en las tiendas gourmet de Madrid, la "Mano de Buda", una cidra con características visuales y olfativas muy apetecidas en Japón y China, donde tiene mucha demanda y cuya llegada a Europa se le debe a Alejandro Magno unos 300 años de Cristo, según algunos historiadores, otros como Teofrasto ya la mencionan unos años antes en Occidente, a fin de cuentas la diferencia eran unas cuantas décadas.





Los historiadores registraron el gusto de Alejandro Magno por llevar consigo el extraño fruto de donde parecían colgar largos dedos, lo divulgó y sembró por doquier, al paso del tiempo sus médicos descubrirían las propiedades curativas ya empleadas en la India como digestivo, expectorante y tónico.





Los Asirios, los Babilonios y algunos párrafos del Antiguo Testamento hablan de la Cidra tradicional, sin esos "dedos" colgando, y el pueblo judío la empleó para estampar monedas en el siglo I de nuestra era, la tradición les viene de la celebración de la Fiesta de los Tabernáculos, llamada Sucot, la fiesta de la vida, duraba siete días y nadie trabajaba. Los peregrinos portaban un manojo de ramas de palma, otras de sauce, unas más de árboles frondosos y la "Cidra, llamada "Ethrog" y también conocida como la manzana o la fruta prohibida del paraíso. La tradición judía permitía usar las Cidras sólo después del cuarto año de cosecha, para comer o para recitar el "Berajot" durante las fiestas del Sucot.





Pese a su origen en el noroeste de la India, son los chinos y japoneses quienes más culto le tiene a la Cidra y en cuanto a la religión budista se le utiliza como elemento de ofrenda típica.





Los conventos budistas cultivan la Cidra de extraña fisonomía pues la consideran un símbolo de la felicidad, longevidad y riqueza económica; especialmente se buscan las Cidras más cerradas, aquellas donde los "dedos" parecen estar cerrados, unidos en oración, los budistas consideran esta forma un ritual de oración cuando las manos de Buda se unen y sus dedos apuntan hacia abajo.





En algunas épocas el jugo de la Cidra, escaso por cierto, se mezclaba con miel en Bizancio y cuando se unía al vino tinto se le consideraba dentro de la medicina como un antídoto efectivo contra los venenos más poderosos.





Los romanos documentaron por primera vez este limón con tentáculos llamado "Citrus medica Sarcodactylis", un fruto duro, con poco jugo, pero con un aroma muy fuerte y cuya cáscara confitada fue empleada para la repostería bajo el nombre de "Acitrón" o "Diacitrón". Plinio El Viejo escribe de ella en su "Naturalis Historia" y en algunos textos de la Edad media a su jugo se le considera como eficaz para limpiar las manchas del rostro, cualidad luego desplazada por el jugo de los limones, entre otras cosas, por ser el limón más jugoso.





La germania amiga no apartaba la vista del camarero quien hábilmente iba desprendiendo la cáscara en finas láminas, algunas muy delgadas otras como si de naranja fueran; el resto de la cáscara de la Cidra con dedos fue pasada por un raspador, el casi polvo desprendido, pues la corteza es dura, sería empleada después como ingrediente de algunos cócteles.





Procedió entonces el barman a preparar el Gin-Tonic, dos y pico de onzas de Oxley London Dry Gin, el único ginebra destilado en frío, a menos 5 grados centígrados, presumió Zalacáin a su amiga. El camarero había enfriado previamente la copa de globo, derramó el ginebra y completó con una ancha rebanada de la Mano de Buda, el contraste conseguido no sólo estimulaba la nariz, el paladar, por la fuerza del cítrico mezclado con el gin, sino por su aspecto visual, el amarillo canario intenso, casi como la yema de un huevo, atrapado por los hielos.





Ese día la televisión había anunciado la localización, por fin, de los restos de Miguel de Cervantes y Saavedra, en el cementerio de las Trinitarias, muy cerca de donde Zalacaín acostumbraba tomar el Gin-Tonic. Su germana amiga le recordó entonces a la escritora Ana María Matute fallecida el año pasado quien recibió el Premio Cervantes, antes de la ceremonia ante los periodista Ana María dijo: "El Quijote es el primer libro con el que he llorado, con la muerte del Quijote, por todo lo que significa: El dejar que la locura desaparezca. Eso es terrible. El triunfo de la sensatez...".





Ambos brindaron por Matute y Zalacaín la citó pero no con Cervantes, concupiscentemente con la bebida: "No hay cosa que más me guste que un Gin-Tonic, te da una lucidez bárbara" había dicho la escritora alguna vez.
























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