#ElRincónDeZalacaín: Asegunes de las Fabes




“Con fabes y sidrina nun fai falta gasolina”





La cita no había podido ser menos ocurrente y provocadora de la reflexión. Había sido pronunciada por un francés a principios del siglo XX en París.



Por los antecedentes se sabía de aquél gastrónomo su afición por las comidas pesadas, los llamados platos de cuchara, pero también asomaba su reticencia a la comida española.




Zalacaín la recibió en una carta, por correo, como se acostumbraba en el pasado. Un viejo amigo madrileño le había recordado las discusiones sobre la fabada asturiana en una tertulia en Casa Hortensia, por debajo del Centro Asturiano en la esquina de Fuencarral y Farmacia. La comida había tenido lugar en diciembre de hacía cuatro años, pero parecía tan fresca, pensaba el aventurero.



“Un plato fogoso para una tarde de amor que se apaga lentamente en el ron con los primeras luces de la noche”, había escrito el joven poeta para describir a la fabada bajo la óptica francesa.



Por supuesto era provocadora, animaba la discusión epistolar.



Aquella tarde en Casa Hortensia se había discutido sobre la condición “sine qua non” de una fabada como generadora de flatulencias. Famosos eran los bares y chigres asturianos donde en plena carretera se anunciaba la fortaleza del potaje: “Fabes de un peu… Fabes de tres peus”, eso era como el número de estrellas de un hotel, como la cantidad de tenedores de un restaurante.



Por eso la frase era provocadora. Imaginaba Zalacaín tener una tarde de amor después de comer una fabada como lo marca ley de los platos de cuchara con muchas horas de remojo, unas buenas morcillas y chorizos de la matanza de San Martín, su pizca de azafrán, el reposo, “el espanto” –decían las cocineras del pasado sobe la necesidad de agregar agua fría al cocimiento de las fabes al menos dos o tres veces-, un buen trozo de lacón… “pantruque”, todo eso, más la condición propia de la fabe, hacía del potaje de difícil digestión y muy socorrido para calentar el frío del cuerpo y llenar el alma de calor.



No en balde la Fabada fue descartada de las grandes mesas en el pasado. Las fabes están formadas de oligosacáridos, no muy digeribles, se resisten al ácido gástrico, por eso se recomienda el consumo de anís o alguno otro “digestivo” para ayudar a sacar los gases derivados de ese conflicto de la fermentación en el intestino grueso. La fabe no bien digerida no tiene otra forma de abandonar el cuerpo, salvo convertida en gas, en flatulencia, o como coloquialmente se dice en forma de un “peu”.



Aquella tarde se habían consumido unos bastos platos de fabada con toda la norma, fueron regadas con potente vino riojano y al final se acercaron los orujos, alguno bebió anís, pero la reunión sin duda trascendió por traer a la mesa aquél ancestro documento rescatado de las librerías de viejo.



Hubo un asturiano llamado Francisco Javier Mier y Campillo, fue obispo de Almería e inquisidor, y dio una feroz batalla para perseguir a la masonería; pero su fama pública se debe a la condena a excomunión a quien osara leer o divulgar el “Oratio pro crepitu ventris”, escrito por el dean de la iglesia de Alicante, Manuel Martí. Se trataba de una líneas en prosa cuya traducción al español era simplemente “La Oración en defensa del Pedo”.



Zalacaín las había leído en voz alta aquella tarde cuando Casa Hortensia casi estaba vacía.



Aquella carta llegada esa mañana no tuvo mejor efecto, Zalacaín recuperó las líneas y las leyó:




 



“Un famoso orador, recién llegado



a extranjero país, en un estrado



ante una gran señora y otras damas



tuvo que hacer alarde de elocuencia.







Habida la licencia



fijó en tierra los ojos,



y al ponerse de hinojos



para empezar a hablar, según es uso,



tanto el cuerpo dobló que al movimiento



un Pedo se le fue; mas no confuso



siguió, sin muestra de rigor, su intento.







Fingiendo las demás no haberle oído,



soltó la carcajada una imprudente;



mas mientras se ríe, y parla tontamente,



aflojó un tanto el muelle por descuido,



y salió un Pedo de sutil sonido.







Entonces el retórico, dejando



su primer argumento,



así habló al virginal acatamiento:



Seguid, Ninfas, seguid ventoseando,



vayan por turno todas: son peores,



si mucho se detienen los vapores.



Cuando llegue mi vez, en cumplimiento



de mi oficio, obraré con lucimiento.







La señorita entonces, afrentada,



bajó los ojos triste y colorada.



Las otras se tendían



de risa, con maligna complacencia,



y de este modo se acabó la audiencia”.







Y entonces el grupo aportó su bagaje cultural traducido en frases picarescas: "las fabes eran tan grandes que daban para dos pedos"; "comí tantas fabes que subí tres pisos"; “Quien los domingos no come fabada asturiana no es personas entre semana”. Y por supuesto las hubo también en bable, la lengua astur: “Con fabes y sidrina nun fai falta gasolina”.



Uno de los más importantes escritores asturianos, radicado una buena parte de su vida en México, fue Paco Ignacio Taibo quien se dio a la tarea de reunir una cantidad de información respecto al plata considerado nacional en el Principado. Escribió un libro “Tratado de la fabada”, donde Zalacaín había leído la introducción aquella tarde en Casa Hortensia, y decía:



“Llegaron los árabes muy bien vestidos, bien armados guapísimos.



“Venían haciendo de cada prado un camino y arreando ante sí y a los asustados resistentes. Habían dejado atrás todo un sistema de higiene y complaciente y hacían ondear sedas verdes y sonar curiosísimos clarines.



“Llegaban muy alegres porque la guerra era la victoria y porque ya les faltaban pocos pasos para llegar al mar.



“Hablaban entre sí, riéndose y señalando hacia delante.



“Estaban dando la espalda Castilla.



“Traían higos en las mochilas y dátiles conservados en miel.



“Cazaban a las campesinas y les enseñaban novísimas técnicas del arte del amor.



“Estaban ya muy cerca; el viento del mar pasaba rozando los altos montes y llegaba hasta ellos haciendo relinchar a los caballos.



“Una gaviota había sido vista volando muy arriba.



“El árabe más alto dijo: ‘sólo quedan dos o tres jornadas descansemos’.



“Y se tumbaron sobre la hierba muy verde arropados por las altísimas cumbres, dejando que los caballos piafaran y corrieran, abandonando a las campesinas retenidas, para que se contaran las unas a las otras las nuevas experiencias.



“Estaban los árabes muy felices, prometiéndoselas muy felices, gozando de la felicidad que da la meta, satisfechos de su cultura, de su elegante poesía de sí mismos



“Miraban hacia el cielo despatarrados sobre el pasto, y algunos mordisqueaban una semilla y cantaban en voz baja.



“No sabían que al otro lado de las inmensas montañas no sólo estaba el mar, sino también el pueblo que inventó la fabada.



“Y fueron muertos”.



A ciencia cierta Zalacaín nunca supo de dónde Paco Ignacio Taibo había extraído aquellas frases sin duda elocuentes de la fortaleza de los árabes en su afán por conquistar la península y la resistencia de los asturianos quienes presumen: “Asturias nunca fue conquistada”.



Pero las fabes no llegaron a la tierra astur sino muchos años después cuando la Nueva España, México, aportó las primeras semillas adaptadas en Asturias y usadas para alimento de ganado no de humanos.



La primera receta divulgada por escrito sobre la fabada data de 1929 de la mano de Atilano Granda en su Guía del Buen Comer Español. ¡Pero eso a quién le importa!







losperiodistas.com.mx@gmail.com



 






 

Clima:

Entradas populares

Contacto:

d13noticias@gmail.com

Vistas a la página totales