#ElRincónDeZalacaín: 613 granos de granada

Publicado en Los Periodistas

Por fin de regreso en Puebla, el aventurero Zalacaín retomó sus costumbres locales, un repaso de las tendencias gastronómicas de la ciudad, un número importante de establecimientos nuevos, ofertan alimentos bajo diferentes denominaciones, algunas de ellas con atractivos interesantes, habría, les había dicho a los amigos, de ir haciendo la lista y poniendo las fechas para enterarse directo al paladar de cómo vienen comiendo los poblanos.

Pero la parte más importante para redescubrir la ciudad en sus tendencias alimenticias siempre tenía un referente sine qua non, la visita a los mercados populares, eso abría los ojos, permitía enterarse de la calidad de los productos y meterse de lleno en los olores y los colores de la comida poblana.

Entre San Juan y Santiago Apóstol, 24 de junio y 25 de julio, tradicionalmente los productores de la zona de Calpan, San Nicolás de los Ranchos y alrededores empiezan a introducir los clásicos ingredientes de los Chiles en Nogada, el platillo superlativo de la gastronomía poblana, envuelto, no sólo en un fino capeado, cual costumbre angelopolitana, sino también en infinidad de mitos.

Los verdes chiles del tiempo, las manzanas panocheras, las peras, las nueces y las granadas con matices rojizos y verdes por fuera, algunas son abiertas frente al visitante para mostrar su rojo tesoro. Zalacaín les preguntó alguna vez a las vendedoras ¿cuántos granos tiene cada granada?, la marchanta frente al aventurero se rio y le respondió con otra pregunta se burla usted de mí, ¿cómo voy a saberlo, unas son más grandes que las otras?

Pocos saben sobre el tema, algún amigo le había confiado “es como una cuestión de fe” el creer la presencia de 613 granos en cada fruto, sea cual fuere su tamaño. Científicamente se ha demostrado, supo Zalacaín la presencia de al menos 600 granos, pero varias leyendas llevan a fijar la cifra en 613, una de ella se refiere a las prescripciones de la Torah, las llamadas “mitzvot” son precisamente 613.

Los soldados de los ejércitos de Babilonia tenían por costumbre masticar grano por grano de la granada antes de una batalla, y siempre concluían en el mismo número: 613.

La granada se conoce desde al menos unos 5 mil años, se le considera originaria del occidente de Asia en una región desde Irán hasta el norte del Himalaya y su cultivo se adaptó muy bien en el Mediterráneo. Hay información sobre su presencia en los Jardines Colgantes de Babilonia; se usó como ornato, se encuentra esculpida en bajorrelieves egipcios, pues en esa civilización se ocupó también para preparar un vino ligero añadiendo frambuesas. Los egipcios incluso tenían por costumbre enterrar a sus muertes con granadas.

Hipócrates recetaba el jugo de granada para combatir las fiebres y como tonificante contra cualquier enfermedad. Pero fueron los romanos los principales divulgadores de su cultivo y consumo, conocieron las granadas gracias a los viajes de los fenicios y la bautizaron con el nombre de “Punica granatum”.

El fruto también ha sido asociado con la fertilidad, en alguna región de China, por ejemplo, a los recién casados se les obsequia con una granada para atraer la buena fortuna, por el color rojo y una descendencia numerosa. Las mujeres romanas portaban en la antigüedad un tocado de ramas del árbol de la granada; las diosas Hera, Deméter y Afrodita tenían la granada como símbolo de fertilidad. En el Islam existe la creencia de la presencia de los árboles del fruto como parte del paraíso revelado por el profeta Mahoma.

Incluso en la literatura hay referencias, Shakespeare sitúa a Romeo en la escena donde le canta su amor a Julieta oculto en el follaje de un árbol de granada.

El Jardín de los Capuleto tenía granadas y es ahí donde Romeo le dice a Julieta:

“¡Qué bien hace escarnio del dolor ajeno quien jamás ha sentido dolores ...!

“¿Pero qué luz se deja ver allí? ¿Es el sol que sale ya por los balcones de levante? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojerosa porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por esa razón viste de color amarillo. ¡Qué terco es quien se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es amor el que aparece! ¿Cómo podría yo decirle que es señora de mi alma? Nada me dijo. Sin embargo ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo contestaré. ¡No obstante qué atrevimiento el mío, si no me dijo nada! Los dos más bellos luminares del cielo le ruegan que los reemplace durante su ausencia. Si sus ojos relumbraran como astros en el cielo, su luz sería suficiente para ahogar los restantes como el fulgor del sol mata el de una antorcha.

¡Tal cascada de luz manaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a medianoche, y corear su canción como si hubiese llegado el alba! -Ahora coloca la mano en la mejilla-. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?”





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