#ElRincónDeZalacaín: Amaranto, flor que nunca se marchita

Y Todos Santos cada vez está más cerca, en los mercados populares y en los comercios del centro de la ciudad aparecen ya las calabazas para prepararlas en “tacha”, las cañas, el papel picado, la flor de “cempoalxochitl” coloquialmente llamada cempoasúchil, las hojaldras poblanas con su remedo de huesos en la superficie. Y junto a todo ello la variedad de dulces confeccionados con azúcar, como frutas, animalitos y calaveras adornadas con papel brilloso y algún betún para significar los colores del cabello, las chapas de las mejillas o simplemente los adornos. Todos Santos, reflexionaba el aventurero Zalacaín, es sin duda una de las mejores épocas para medir cómo se han conservado las tradiciones en Puebla. El tipo de alimentos es característico de ciertas regiones, como Huaquechula, por ejemplo, donde la fama de sus ofrendas a los muertos ha trascendido la conquista, la independencia y los tiempos modernos.

Las calaveritas son uno de los artículos donde más cambios se han experimentado, han ido del azúcar, al chocolate, al amaranto, y presentadas en varias formas, incluso como paletas para el consumo infantil.

En el pasado Zalacaín acostumbraba acudir a las dulcerías de la 6 oriente, en Santa Clara, o a los mercadillos populares específicos de estas mercancías a comprar las calaveritas para la familia y los amigos, a cada uno le ponían el nombre de quien la recibía y el aventurero se divertía mucho al entregarles en propia mano su calavera.

Hacía tiempo, las calaveras de amaranto, se habían perdido, o las habían dejado de fabricar o Zalacaín ya no iba donde se vendías tradicionalmente. Por eso, encontrarlas nuevamente, le animó a comprar algunas de varios tamaños. Embadurnadas de chocolate a manera de cabello o de chispas de dulces de colores, y con trozos de azúcar de color dentro de la cavidad de los ojos, y cacahuates a manera de los dientes, las calaveras se mostraban atractivas en los aparadores.

El amaranto había sido parte de su infancia, era una de las pocas golosinas admitidas en la casa de la abuela, incluso a veces se preparaban con las semillas llegadas de Huaquechula por estas fechas donde existía la tradición de guardarlas desde marzo y abril, cuando aparecen en forma de flor cuyo significado, decía la abuela era “la flor que nunca se marchita”; las mezclaban con aguamiel, para hacerlas pegajosas y al secarse conservar la figuras moldeada.

La abuela contaba sobre las labores en las casas de finales del siglo XIX donde las manos de las cocineras además de preparar los guisos y dulces para la ofrenda, una en especial se dedicaba a elaborar las galletas o figuras de varios tipos de amaranto, conocidas coloquialmente como “alegrías”.

La tradición correspondía a tiempos previos a la conquista, pues el amaranto está registrado desde 10 mil años antes, y al menos 4 mil a.C. en Coxcatlán y Ocampos, cerca de Tehuacán, Puebla. Los mayas conocieron las semillas como “xtes”, los aztecas les llamaron “kiwicha” o “huautli” y con ellas hacían figuras para rituales especiales.

Tal vez sea de ahí, de donde comenzó a usarse el amaranto para la fabricación de las calaveras, ese es un asunto desconocido para el aventurero, pero aquella mañana se sorprendió gratamente al ver en el aparador de la 2 norte varios tamaños de calaveras confeccionadas con amaranto y miel de abeja y decoradas con dulces o chocolate.

Compró varias y las llevo a la casa donde Rosa, la cocinera lo recibió con una frase “de dónde sacó usted la alegría para ponerla en la muerte”, refiriéndose al otro nombre con el cual se les llama a los dulces de amaranto, “alegrías”.

Quien lo fuera a decir, la semilla que nunca marchita, la alegría en forma de calavera.





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