La hora de los Mameyes




Aportación de México al mundo, pasando por mesoamérica, el Mamey, el "Tetzontzápotl", Zapote de color Tezontle, está envuelto de una magia gastronómica desde antes de la llegada de los españoles al continente y fue parte de la dieta cotidiana de las tribus, por lo menos así se desprende de la descripción hecha por Bernardino de Sahagún en estas palabras: "Fruta comestible".






No es por tanto extraño encontrar la descripción del uso del Mamey en el "Nuevo Cocinero Mejicano" -así con j- editado por la Librería de Ch. Bouret en París en 1873 así: "Fruta demasiado conocida y sabrosa, que se come cruda y con ella se disponen varios dulces, cuyas preparaciones se explican en sus artículos respectivos: Ante de Mamey, Ante de Varias Frutas, Ante de Torta de mamey, Cajetas de Mamey, Postre de Mamey y Torta Dulce de Mamey".





El aventurero Zalacaín repasaba las recetas y los comentarios anotados sobre el Mamey en aquella vieja libreta cuyas páginas amarillentas recogían las anotaciones de las tías abuelas escritas con plumilla y tinta china.





Y siguió leyendo: "Se hace una mezcla de mamey muy bien molido, bizcocho molido también y huevos batidos; se echa en una cazuela untada con manteca, y se pone a dos fuegos. Sacada esta torta y estando fría, se corta horizontalmente en dos mitades; sobre la inferior se pone mantequilla con pasas, almendras, piñones, nueces y ajonjolí tostado; se cubre esto con la parte superior de la torta, y se divide después en pedacitos pequeños, que rebozados con huevo batido se fríen y se echan después en almíbar, adornándose por encima como queda dicho en los otros artículos".





Primo hermano del Chicozapote ha sido denominado también Zapote Mamey o Mamey Zapote y cuelga de un árbol cuya altura puede incluso llegar a 50 metros y se convirtió en un tema de frase histórica en Cuba, así se lo recordaba la chica aquella mañana quien le visitaba recién llegada de Santiago de Cuba.










"La hora de los mameyes" expresó al ver el platón con unos mameyes frescos, olorosos; uno de ellos empezaba a ser cortado y el brillo de su carne apenas era superado por el llamado "hueso" del mamey, cuyas propiedades eran defendidas a rajatabla por las tías abuelas.





La frase se originó hace unos 200 años cuando La Habana fue tomada por los ingleses. El sentido del humor del cubano ayudó a configurarla. Los soldados vestían un uniforme con chaqueta rojo mamey y pantalón negro y todas las noches a las 9 se disparaba un cañonazo desde El Morro para avisar sobre el cierre de las puertas de la muralla, a esa hora los soldados aparecían y su uniforme contrastaba, se distinguía, de donde los cubanos decían "la hora de los Mameyes".





Rosa había cortado el Mamey en gajos gruesos, había retirado la piel y la habitación se llenó del olor de la fruta mexicana conquistadora de los paladares del mundo.





Y entonces le contó a su visitante de Cuba sobre los secretos del Mamey anotados por sus tías.





Se acostumbraba como postre luego de comidas pesadas pues decían tiene capacidad para reducir la acidez estomacal, reduce la gastritis e incluso ante una diarrea frecuente, el mamey comido así, en gajos, "puede detenerla y arreglar el mal del estómago".





Pero su uso en el terreno de los cosméticos era el más solicitado. Una cataplasma elaborada con su carne tenía fama de haber mantenido el cutis de la tía Tere prácticamente sin arrugas hasta algo así como 80 años. Y no había botox, decía entre risas Zalacaín a la cubana.





Otra anotación hacía referencia al uso de una cataplasma de mamey para cicatrizar heridas sobre todo en el rostro.





Pero el llamado "hueso", o semilla, parecía tener los más contrastante usos. Por ejemplo la tía María, coloquialmente llamada "Mariquita" había llegado a los 90 años ¡sin canas! Todo mundo le cuestionaba cómo había mantenido su cabeza con los cabellos negros y apenas un asomo de tonalidades grises.





Zalacaín reflexionaba, eso había pasado a principios del siglo pasado, no había betunes para el cabello. Luego entonces la familia se preguntaba ¿cómo la tía Mariquita había mantenido el cabello negro?





El cuaderno lo decía más o menos así: El hueso del Mamey se deja secar y se pone en un anafre junto al carbón hasta tomar sus colores, se retira y deja enfriar. Después el hueso quemado se hacía polvo y se mezclaba con algo... indescifrable en el cuadernillo..., y se usaba a manera de jabón bajo la advertencia de dejarlo sin enjuagar. También se anotaban las propiedades de frenar la caspa y la ¡caída del cabello!





Con letras grandes se destacaba el peligro de su uso de la semilla para detener embarazos, no se escribió la receta, sólo advertía sobre su inconveniencia según recomendación del médico y agregaba el apellido...





Y luego venía con letras grandes una receta: "Aceite para alargar las pestañas".





La receta recogía el método para obtener un aceite derivado del hueso de Mamey dejado secar al sol por unos días, luego se rompía y extraía el llamado "corazón del hueso"; se recomendaba tocarlo y esperar se endureciera, una vez conseguido se molía y el polvo se mezclaba con aceite de oliva de buena calidad, de preferencia. El resultante se debía aplicar por las noches en las pestañas y el resultado, decía la receta, era excelente a la semana.





En un apartado alguna de las tías escribió también: "Este aceite usado todos los días hizo crecer la barba de Marianito quien de niño era lampiño".





El Mamey, todo un lujo de la gastronomía y de la cosmética.

















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