El síndrome Blanca


 

Por Soleares

de Jesús Manuel Hernández





Uno de los discursos más comunes de los constructores al ser convocados por los candidatos a puestos de elección popular es el tiempo de la ejecución de las obras. Todos coinciden en que los tiempos de la obra no suelen coincidir con las variables políticas, sobretodo en tiempos electorales.



En plena época de lluvias los gobiernos autorizan presupuestos para obra pública cuando las condiciones del terrero no son las óptimas para la realización. Eso y las "prisas" para la inauguración son dos factores que influyen en el deterioro inmediato de la obra y en la pésima imagen del gobierno; el que venga como sucesor se encargará de reprochar y no dar mantenimiento a lo anterior, así tapará la imagen política de su antecesor, máxime cuando es de otro partido político.



En el pasado trienio se vivió algo ejemplar, las obras de las sendas, no anunciadas en campaña, la conversión de jardín a patio de El Carmen y las modificaciones en imagen y nombre al Paseo Bravo fueron elementos que deterioraron seriamente la salida de la hoy aspirante a senadora. Algunos le llamaron al tema de las prisas que nunca tuvieron la capital a tiempo, el síndrome de la gestión de Blanca Alcalá. Sus enemigos, por supuesto, en primer lugar.



Tal vez por ello, el actual gobierno se empeño en recalcar en cada inauguración que su gestión si cumplía y que las obras se entregan a tiempo, cual lo prometido, la palabra había sido empeñada.



Luego de las jornadas clasistas del 5 de Mayo, algunos medios se han dedicado a levantar imágenes sobre el estado de las obras recién inauguradas, acabados que se levantan por si solos, áreas verdes amarillas, plantas que se han secado, detalles de guarniciones y pistas de caminata que empiezan a mostrar los desperfectos, ductos eléctricos que asoman el pavimentos no terminado, rejillas sin revocar, caminos de grava sin consolidar, montoneras de tierra que no fue nivelada, sistemas de bombeo no funcionan o son insuficientes, pintura que se ha deslavado más pronto de lo esperado, puertas de rejas que están cerradas con candados impidiendo el paso de los ciudadanos, etcétera.



Detalles que como en toda obra van saliendo, pero que en este caso se magnifican, no se trató de una inversión privada, sino de un capricho para los festejos, los materiales constructivos no se asentaron. Si se tratara de una obra pagada con el dinero del gobernador, de su bolsa, pues nadie diría nada, pero como es presupuesto público, entonces la gente brinca y pregunta ¿pero qué necesidad?



Y no se trata de criticar las obras de Los Fuertes, a unos les gustarán a otros no, en lo personal me parece que hay de dónde sacar provecho, los espacios ahora se ven ocupados con más gente y los servicios ofertados están por encima de lo que antes se tenía, aunque si uno toma como valor más importante el de la historia, ese punto está ausente por completo.



¿Quién hubiera pensado que sobre los terrenos donde se derramó la sangre de los combatientes, ahora se hagan fiestas? ¿Y el mantenimiento, estará también presupuestado? Por suerte lo mejor está por venir, el uso y las lluvias, tiempo al tiempo.



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