Zarzuela, buenos modales y los "huevos rotos" de Leonardo








El Rincón de Zalacaín


Jesús Manuel Hernández



"No ha de conspirar en la mesa (a menos que lo haga con mi señor)"



"Los huevos bendecidos por sacerdotes saben igual que cualquier otro huevo"




Madrid, España.- La temporada de las zarzuelas llevó al aventurero a presentarse en las puertas del teatro en la calle de Jovellanos a recoger las entradas, con pausa para un café en la terraza aclimatada del Círculo de Bellas Artes cuya azotea por cierto ha sido adaptada y además de la vista estupenda a la Calle de Alcalá ahora se pueden degustar todo tipo de bebidas.



"La del manojo de rosas" se estrena el 18 de diciembre y Zalacaín había reservado asientos para deleitarse de la zarzuela de moda en 1934. Su presentación, en el teatro de Fuencarral fue todo un acontecimiento, la obra abría por vez primera espacios para la música moderna como el "fox trot" y la "farruca" alternados con los pasodobles, alguna habanera, la mazurca, el sainete y el chotis.



Pablo Sorozábal se había consagrado con la música y la letra de Anselmo Carreño y Francisco Ramos de Castro daban vida a Asunción, hija de un padre venido a menos, y llevada a decidir entre dos pretendientes, uno "señorito" y el otro un obrero, mecánico, ella se negaba rotundamente a usar el matrimonio como un medio de asenso social. Las escenas eran muy graciosas, dos actos y seis cuadros, según recordaba, ambientadas en la Plaza "Delquevenga" donde está el bar Honolulu regenteado por Espasa quien colocaba un cartelito en la entrada con la leyenda "Se habla inglés muy bajito"; enfrente en una esquina la florería de Asunción llamada "El Manojo de Rosas", en la otra esquina el taller mecánico de Joaquín quien en una de sus actuaciones le dice a Asunción: "cuando Dios te echó al mundo que faena me hizo".



Amante del género chico el aventurero no dejaba pasar la temporada, recientemente había visto Los Amores de la Inés, una zarzuela olvidada, creada por Manuel de Falla en 1902, desde entonces no se había puesto en escena, pues Falla no se sentía muy orgulloso de su paso por el teatro lírico, aún así compuso seis, se presentó junto a La Verbena de la Paloma, bajo la dirección de Carlos Plaza



En la terraza de Bellas Artes había sacado un libro comprado hacía meses pero no consultado aún. José Andrés Anguita Peragón, de Jaén, se había dado a la tarea de recopilar 160 recetas de cocina, salud y belleza desde la Edad Media a la actualidad intercaladas en un repaso histórico. La obra le había sido recomendada por algún amigo, pero dado su escaso tiraje le había costado algún trabajillo conseguirlo.



El aventurero se detuvo en una de sus páginas donde el tema le venía perfectamente para la experiencia reciente de haber convivido con algunos extranjeros de ciertos modales incómodos en la mesa.







El autor hacía referencia las recomendaciones dadas en su tiempo por Leonardo da Vinci para participar en un banquete. Zalacaín conocía el libro del maestro florentino sobre sus aptitudes y gustos gastronómicos practicados en su juventud en "Los tres caracoles" la taberna de Leonardo, especial interés tuvo en los banquetes recomendados por el florentino.



Da Vinci escribió las recetas y otros comentarios cuando trabajó 13 años como Maestro de Festejos y Banquetes de la corte de Ludovico Sforza, "El Moro" gobernador de Milán y protector de Leonardo entre 1481 y 1499, los manuscritos fueron conocidos como el "Codex Romanoff" y pasó a ser parte de una leyenda, pues el valioso documento se extravió en el Ermitage de San Petersburgo, una de las recomendaciones escritas era "de las conductas indecorosas en la mesa de mi señor":





• Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado.



• Tampoco ha de poner la pierna sobre la mesa.



• Tampoco ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento.



• No debe poner la cabeza sobre el plato para comer.



• No ha de tomar comida del plato de su vecino de mesa a menos que antes haya pedido su consentimiento.



• No ha de poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a medio masticar sobre el plato de sus vecinos sin antes preguntárselo.



• No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa.



• Ni utilizar su cuchillo para hacer dibujos sobre la mesa.



• No ha de limpiar su armadura en la mesa.



• No ha de tomar la comida de la mesa y ponerlo en su bolso o faltriquera para comerla más tarde.



• No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y después retornar la fruta mordida a esa misma fuente.



• No ha de escupir frente a él.



• Ni tampoco de lado.



• No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa.



• No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos.



• No ha de poner los ojos en blanco ni poner caras horribles.



• No ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está conversando.



• No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida).



• No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa.



• Ni tampoco serpientes ni escarabajos.



• No ha de tocar el laúd o cualquier otro instrumento que pueda ir en perjuicio de su vecino de mesa (a menos que mi señor así se lo requiera).



• No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni tampoco proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama.



• No ha de conspirar en la mesa (a menos que lo haga con mi señor).



• No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos.



• Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa.



• No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia).



• Y si ha de vomitar, entonces debe abandonar la mesa.





Este era el protocolo recomendado en el Siglo XV por Leonardo da Vinci, quien si hoy viviera seguramente también prohibiría el uso de los teléfonos celulares, las tablets y quién sabe cuántas cosas más.



El florentino tenía una extraordinaria frase, Zalacaín la recordó en ese momento al ver pasar a un sacerdote frente a su mesa: "Los huevos bendecidos por sacerdotes saben igual que cualquier otro huevo".



Y he aquí una gran duda sobre Leonardo da Vinci y su presunta ceguera para los colores. Dos recetas se refieren a los huevos, una "cocidos" y otra "rotos".



Zalacaín recordó el texto: "Cascad los huevos en un cuenco y batidlos con un poco de agua o miel, un poco de queso rallado, un poco de aceite y mantequilla y un poco de sal y pimienta. Calentadlos con gran cuidado en un puchero, removiéndolos durante todo el tiempo, y por no más de un minuto. Si deseáis tomarlos verdes, añadiréis un poco de remolacha".



¿La remolacha? El betabel es rojo, de un rojo intenso, salvo el rabo, ese sí verde. ¿Da Vinci no distinguía el rojo del verde?



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