"¡Sobre el muerto las Mimosas!"





El Rincón de Zalacaín


Jesús Manuel Hernández




La primera vez en saborear una "Mimosa" clásica, de Champagne de la noche anterior, Zalacaín no entendió totalmente la maravilla de la bebida inventada seguramente por quien no pudo controlar la resaca de otra forma y usó el manual italiano o la recomendación de la Galería de Borrachos para enfrentar la mañana del nuevo día con la última bebida consumida a fin de equilibrar el estado del nervioso organismo.





No cabía la menor duda, haya sido, quien haya sido, la Mimosa constituía, según las circunstancias, una de las mejores bebidas para socavar los entuertos y ayudaba a enfrentar las condiciones del nuevo día. La reseca tiene diversas formas de ser "curada", los ingleses le llaman "hair of the dog" a ese método de "curarse la cruda".






El aventurero Zalacaín conoció la "Mimosa, no por la Anaguasca - mimosa hostilis- según los científicos, rodeada de un ritual casi brujo, donde el chamán desempeña un papel protagónico para ayudar al consumidor de la "soga del muerto" a recuperar su pasado y separar el alma sin perder el cuerpo. El aventurero no era ni si quiera en aproximación experimentador de sustancias de ese tipo.





Pero la escena vista aquella mañana en el panteón no era ni menos, para introducirse en el tema.









Algunos ubican el cóctel llamado "Mimosa" en un bar inglés, el Buck´s Club, donde el dueño en 1919 se atrevió a mezclar unos tantos de champagne con jugo de naranja, de ahí derivarían toda una serie de leyendas e historias rodeadas de misterios casi siempre relacionados con la vida de los famosos, artistas, políticos o periodistas.





La leyenda ubica al barman Pat Mcgarry como el perfeccionador del coctel en 1921 bajo el nombre de "Buck´s Fizz, dos partes de jugo por una de champagne. En 1923 aparece la bebida en los salones del Ritz de París y se asentó en su verdadero trono, la receta fue modificada, dos partes de champagne por una de jugo de naranja.





Consumidores históricos de la Mimosa lo fueron Alfred Hitchcock, Vanesa Redgrave y la mismísima diseñadora de modas Coco Chanel. Fred Astair y Ginger Rogers la llevaron al cine en el final de la película Top Hat cuando los personajes se casan.





Zalacaín probó una mañana de Septiembre de un año terminado en cero esa embrujante bebida en el brunch del Hotel Ritz de París. Una noche antes había dado rienda suelta a sus temores y sus ansiedades, juveniles en aquel entonces, en el Bar Hemingway del mismo hotel. Entraba y salía por Rue Cambon, pues su hotel estaba en la acera de enfrente.





Alfred, en aquella época uno de los camareros le recibía siempre con afecto y le ofrecía un Martini. Pero aquella noche los demonios se aparecieron, Zalacaín empezó y terminó con Champagne salpicado de blinis con Ossetra, del barato, no le alcanzaba para más. La media tarde le había cogido en el Kaspia frente a La Madeleine y no tuvo otro gusto superior, repitió hasta socavar el infiero del deseo por el caviar en el tumulto de las burbujas del espumoso francés descubierto por un glorioso y aventuro descuido de Dom Perignon, orgullo insigne de los Benedictinos.





Vaya sorpresa aquella mañana. Ojos redondos, como lampareados. Aliento muy parecido a cuando un sapo abre la boca o uno mismo muerde una moneda de cobre. Andar como velero en alta mar, la boca seca, como papel secante del usado en su niñez cuando el abuelo firmaba los contratos con tinta verde y pasaba el "secador", a manera de vaivén con un corcho para absorber la tinta sobrante.





Vaya si tenía sed Zalacaín aquella mañana cuando terminaba el caluroso verano de París. Tanto odió estar ahí con esa temperatura, prometió jamás volver a Europa en Verano, esperaría siempre la llegada de los vientos del Otoño y los deseos de reconfortar el alma.





Pero esa mañana la sed era el todo. Se acercó al brunch casi por instrumentos, y encontró aparte de la larga barra de alimentos, unas botellas Champagne y algunas jarras de jugo de naranja recién exprimida, pomelo y algo parecido a la piña.





El camarero le conocía, por la noche cubría el turno del bar Hemingway de la Rue Cambon, frente al Demeure Castille. Le observó, le tuvo paciencia, le acogió y le sirvió la primera "Mimosa" de su vida.





El primer trago le rectificó el rumbo, lo ayudó a dirigirse rectamente a la mesa 11 donde le aguardaba el primer café negro, al estilo francés, y una tostada de pan embarrada con mantequilla y algo de mermelada de naranja.





Sorbió lentamente la Mimosa, en la medida de recibir los azúcares de la naranja y la burbuja del Champagne, Zalacaín empezó a recuperar las emociones, a sentir la sangre circular por sus venas, a volver a la vida.





Desde ese día la Mimosa pasó a formar parte de la vida cotidiana de Zalacaín por muchos años, sólo limitada por la escasez de francos, hoy euros.





Todo ese recuerdo le vino de pronto cuando a un lado del pasillo más extremo del corredor principal del Panteón Francés de Puebla le llegaron unas risas antecedidas de algunos brotes de llanto.





Zalacaín había acudido a orar por un viejo colega fallecido años antes; aquella mañana el clima apetecía un chocolate caliente, el Otoño amanecía rodeado del cielo gris y el temperamento y la ansiedad a flor de piel.





El nombre de Mimosa es por el color de la flor del mismo nombre





Un grupo de señoras, ¿acaso señoritas? rodeaba a la "viuda" de negro vestida de la cabeza a los pies. Sólo un collar de perlas le destacaba la delgadez y finura del cuello, lo más parecido a un ángel terreno, pensó el aventurero.





Recogido el cabello con goma, la "viuda" lloraba pero alegaba. Había buscado la tumba más nueva, para depositar ahí, las cenizas de las cartas de su amado, borrado desde ese mismo día de su mente y quien -supuso Zalacaín- la había dejado por otra.





Algunos rezos se alcanzaron a escuchar mientras el viento ayudaba a caer a las primeras hojas de los árboles. Casi se asomó la lluvia mientras el grupo de chicas alentó a la "viuda" a acudir al café más cercano del panteón para continuar con el pésame por la presunta muerte del frustrado amado.





Pero la chiquilla con sonrisa de ángel matutino, casi casta, si eso cabe, soltó con voz firme: "No, a este no le velo con café, se merece Champagne". Y entonces sacó de una mochila depositada a un lado de la tumba una botella de Viuda de Clicquot envuelta en un moderno forro precongelado para mantener fría la bebida.





Aportó copas de flauta, las llenó hasta la mitad y las completó con jugo de naranja, las amigas sonrieron gustosas, eran las 11 de la mañana.





Zalacaín observaba las tumbas, su arquitectura, los lujos de los muertos para vanagloria de los vivos.





La reunión de cinco chicas vestidas de luto, le había sorprendido. Y fue entonces cuando la menuda y angelical "viuda" levantó la copa y dijo "¿Café para éste? ¡Ni madres, este merece Champagne, así que Mimosas sobre el difunto!"





Todas soltaron enormes y ruidosas carcajadas mientras Zalacaín continuó su pasó envuelto en algo superior a la nostalgia.











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