#ElRincónDeZalacaín: “Estás como Mango…”

Fue en 1953 cuando la Sonora Matancera estaba en el medio de su llamada Epoca de Oro, un lapso donde la música cubana tuvo impacto en tierras mexicanas. El grupo integrado en Matanzas, Cuba, en la década de los 20, fue introduciendo a varios cantantes y músicos como Dámaso Pérez Prado y en 1951, Bienvenido Granda, un personaje peculiar.

Bienvenido Rosendo Granda Aguilera fue bautizado como “El Bigote que canta”, poseía una extraordinaria voz y un enorme bigote, con ello remataba una imagen y un ritmo muy especial de la época.

Zalacaín lo recordaba muy bien, fue de los cantautores más populares cuando la televisión era en blanco y negro y sus canciones se hicieron famosas en las cantinas y loncherìas de la ciudad donde se acostumbraba animar las tertulias con las famosas y hoy desaparecidas “sinfonolas”, esos aparatos con discos de 45 revoluciones con mecanismos ideados para colocar disco y hacerlo tocar luego de haber introducido una moneda.

Una canción se repetía en esa época, cuya letra sirvió por muchos años para denominar en forma de piropo a una chica guapa: “Estás como Mango”.

“Parado en la esquina con la boca abierta… por que vi pasar un pollo que está: como mango, como mango… Que cosita más rica… pero mi negrona que manguito…. Hay que manguito más suave…” cantaba Bienvenido Granda y las frases se reprodujeron después en las calles cuando alguien definía a las mujeres bellas y las comparaba con los populares mangos de Izúcar de Matamoros.

La historia del Mango en México está identificada con el comercio transoceánico del Pacífico. Originario de Asia, especialmente de la India, y entró en el comercio de los portugueses y españoles para situarse después en Manila, Filipinas, de donde fue importado por las costas del Pacífico y situado en territorio mexicano, poblano para ser precisos, y adaptado con el tiempo en Chiapas, Oaxaca e Izúcar de Matamoros.

Después México se convertiría en exportador de mangos a Hawai y California. Hoy día nuestro país es uno de los principales productores de esta fruta.

Las calles de la ciudad de Puebla en estas semanas se han visto inundadas de mangos de varias especies, el famosos Petacón, de gran volumen, el llamado Niño, pequeño y con intenso sabor, el de Manila, para muchos el más fino de sabor y textura, y el Ataulfo, una variedad prácticamente adapatada en Chiapas.

Una leyenda rodea su descubrimiento, un señor llamado Ataulfo Morales le compró a Manuel Rodríguez un rancho en 1948 en Tapachula, Chiapas, donde encontró cinco árboles, supuestamente crecieron de manera natural, no fueron sembrados. Hoy día el Mango Ataulfo está presente en muchas entidades del país.

El consumo del mango fue en el pasado siempre como fruto fresco, de temporada, se compraba medio verde, se envolvía en papel periódico y se metía en la alacena, a la sombra para provocar su maduración. El olor desprendido por el mango era inconfundible, recordaba el aventurero, en su casa había muchos, y eso llegó a provocarle un poco de resistencia a su consumo.

A la salida de las escuelas era imprescindible comprar los Mangos recién pelados y salpicados con Chile Piquín, ensartados en un palillo largo y grueso. En las casas de las familias “de antes” habia instrumentos especiales para comer el mengo con todo el protocolo necesario, un tenedor de tres puntas, la del centro mas larga y puntiaguda, se encajaba por la parte baja del mango, precisamente en el orificio dejado por el tallo cortado, la punta se dejaba llegar al final y las otros dos, más cortas, servían para soportar el mango. La mano educada tomaba el tenedor con una servilleta y usando un cuchillo de fruta, corto y muy filoso procedía a hacer una cruz en la punta del mango a fin de ir cortando la cáscara en forma de gajos detenidos por otro tenedor donde se iban enrollando hasta llegar a la parte baja. Esa era una de las pruebas intresantes de los pretendientes al llegar a la casa de la novia, saber si sabían utilizar los cubiertos para pelar un mango o una naranja.

A la mujer amada se le dedicaban agunos versos donde el mango era protagonista. El aventurero Zalcaín recordaba uno:

“En la puerta de mi casa

Tengo una mata de mango

Cada hoja que se cae

Son cartas que te mando”.

Y una de las tías abuelas comentaba alguna vez mientras pelaba un mango de Manila traído de la huerta de la familia cerca de Cuautla, sobre la frase de una parienta de Morelos, quien nunca se casó, pero siempre vivió enamorada del mismo hombre, al parecer había muerto en la Revolución Mexicana.

Era muy bragado, de bigote negro, con sombrero de charro y siempre vestido con traje campirano, la pariente le decía “Cómo quisiera que estuvieras en mi frutero, mango podrido, porque ya te pasaste de bueno”. La cita siempre era un poco reprimida por la abuela, quien no soportaba ese tipo de piropos.

Y bueno, pensó Zalacaín mientras compraba un kilo de mangos frente al templo de La Merced, aquella jovencita de tobilleras y zapatos de atar, apenas tendría unos 14 años, de ojos verdes, enormes, el pelo medio rizado y el andar de colegiala, era muy delgada, pero muy bonita y alguna vez en la calle le gritaron: “Estás como mango, amarilla y bien chupada”.







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