#ElRincónDeZalacaín: De los Pulques a las Rusas

La tradición angelopolitana de las pulquerías va en decadencia, de los viejos establecimientos prácticamente no queda ninguno, y menos de sus aportaciones gastronómicas a través de los antojitos envueltos en servilletas bordadas y metidos en una canasta de varas de mimbre. En el quicio de la puerta de las pulquerías se encontraban esas vendedoras de enchiladas picosas o de envueltos con queso añejo, cebolla y a veces aguacate.

Hoy eso ha desaparecido. El aventurero Zalacaín paseaba por el mercadillo de “Los Sapos” en el Antiguo Callejón de donde tomo su nombre en el centro de la ciudad de Puebla, un espacio donde en el pasado hubo plaza de toros, luego fue el sitio donde se encontraba a los “borrachines” trasnochados quienes esperaban la hora de apertura de una de las pulquerías más famosas de Puebla, “La Bella Elena”, un edificio hoy degradado en su uso y convertido en heladería. La calle fue después parada de vehículos de mudanzas, agencia callejera de colocaciones de plomeros, albañiles, carpinteros y cargadores, eran también ellos mismos clientes de la pulquería y del bar “La Pasita”, ese emblemático negocio donde se puede aún probar el licor de frutas con un trozo de queso, el único vivo de esa generación de establecimientos también famosos a principios del siglo pasado en la ciudad, hubo varios, uno de ellos donde se fabricaban licores y se vendían chiles y chilpotles en vinagre, “Mi País”, en la 5 de Mayo a la vuelta de los Baños Necaxa.

Zalacaín recordaba la gastronomía de esa zona en el pasado, desplazada cuando Salvador Macías, el mejor bazarero de Puebla sin duda, rebasó las fronteras aldeanas y se convirtió en el proveedor de piezas de colección para las familias ricas y amantes de las antigüedades en otras ciudades del país.

En la década de los 80 el mercado de antigüedades floreció de manera organizada, por tanto, los fines de semana la zona de Los Sapos se convirtió en un espacio para “chacharear”, comprar y vender libros antiguos, lámparas, muebles, esculturas y una infinidad de objetos de arte y piezas de Talavera, originales, poblanas.

En todo eso pensaba Zalacaín experimentando el cambio de uso del suelo de la zona. Hubo una época luego de cerrarse al tráfico de vehículos cuando florecieron los bares, disfrazados de fondas y la gastronomía se transformó también. Más recientemente los locales se han adaptado a bazares y otros edificios se han convertido en hoteles y restaurantes, pero los clientes y vendedores originales han migrado, ya no llegan a la explanada-jardín de Los Sapos, pues los anticuarios se han acomodado en calles aledañas.

Zalacaín recorrió los pasillos del mercadillo antes lleno de antigüedades, hoy reducto de objetos lejanos a los coleccionistas de antigüedades, más cercanos al mercado de imitación, a los clones, como es el caso de la talavera, suplida con piezas de cerámica de Guanajuato, brillantes, lustrosas e invisibles para las autoridades.

En lugar de planchas de hierro forjado o discos de 78 revoluciones, aparecen los puestos de joyería de Taxco, gafas para sol, pulseras de bisutería, artículos de una marca refresquera, muñecos de futbolistas, lámparas con base de teléfonos multicolores y ultramodernas; abundan también los muñecos de peluche con movimiento, las bolsas de plástico para niñas, adornos de origen chino, botones con dibujos de comics extranjeros, llaveros y una variedad de artículos de materiales plásticos, las máscaras de látex, y hasta bufandas de estambre y un puesto para conseguir la Atalaya de los Testigos de Jehová.

La gastronomía de antes ahora se identifica por las nieves, las Roscas de Reyes en pleno mes de Abril, el pan de burro, hieleras con refrescos y un espacio dedicado a las “Rusas” a 15 pesos, el jugo de naranja, el refresco de toronja, la sal y el chile piquín desplazan a los pulques naturales o curados famosos de La Bella Elena.

Las antigüedades pictóricas o de libros viejos van cediendo su espacio a los puestos de “legos” y colecciones de juguetes de “Star Wars” conviviendo con las “banderillas” a 20 pesos y las latas de gaseosas.

Sin duda la ciudad de Puebla posee grandes atractivos turísticos, éste era uno de ellos, en el pasado los fines de semana llegaban a la Angelópolis expertos en antigüedades, consideraban al llamado Callejón de Los Sapos un espacio de relevancia internacional por la calidad de los productos ofrecidos, hoy reducidos a objetos del mercado globalizado, tal cual sucede con buena parte de la gastronomía poblana original.

En fin, Zalacaín siguió su recorrido, alcanzó a ver una fila enorme en La Pasita, según parece lo único vivo de las tradiciones poblanas del siglo pasado.





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